Escupiendo el asado

Tuesday, April 19, 2011

Se juega como se vive II

En el ambiente del fútbol existe una mentira enorme, un tocuen que nos quieren vender aquellos iluminados que enarbolan la bandera romántica del buen juego, mediante un discurso que viene arraigado al origen de este deporte: o sea, esto es un juego. Es un juego y como tal solo importa divertirse, disfrutar, jugar lindo y como consecuencia de todo ello, ganar. Por lo tanto, se gana porque se juega lindo y no hay mas misterios. En ese ideal romántico-futbolístico siempre gana el mejor, sin discusión. Es un mundo idílico donde los mejores deben competir contra los mejores para saber quien es el mejor entre los mejores. Pero... -y esto es algo que ya todos sabemos- el triunfo no siempre es un premio exclusivo para los mejores. La mediocridad bien organizada puede dar pelea en ambientes donde por naturaleza, ni deberían presentarse a competir. Y la mediocridad MUY bien organizada puede mandar e imponer sus propias condiciones.

Los románticos del balón se horrorizan ante frases como “no hay que dejar jugar”, “hay que neutralizar al oponente”, “hay que hacer tiempo”, “raspemos por turnos”, “hagamos falta táctica”. Todo ello es un cocktail venenoso que está al servicio de quitarle belleza al juego. ¿Para que sirve un jugador multifunción? ¿y los carrileros? Inventos posmodernos que tratan de arrebatarle la poca magia que le queda al fútbol. Pero lo que verdaderamente se esconde detrás de este malestar, es el temor a perder la hegemonía del mejor, la dictadura del virtuoso. Un mundo que se somete al reinado del mejor, siempre será un mundo mejor. O al menos eso pensarán ellos, peronistas del fútbol...

Yo soy mourinhista a ultranza. A mí, como a casi todo el mundo, me gusta dejarme embelezar los sentidos ante la delicadeza del buen juego, pero mas me seduce el resultado. Me gusta ir al golpe por golpe cuando estoy en igualdad de condiciones. Pero jamás me voy a agachar ante el mejor (y mas después de comerme 5). Yo no tengo problemas en admitir que el mejor es el mejor, pero eso sí, no se te ocurra ganarme. El romántico del balón hasta encuentra consuelo en la derrota: “y que querés? perdí contra el mejor, pero al menos lo dejé todo”. Horror. El triunfo es el combustible de la mediocridad, aquello que legitima la infructuosidad de nadar contra la corriente. Quizás su único fundamento. Y si hay que disfrazarse de prostituta para ganar, bienvenido sea.

(Se juega como se vive, primera parte 4/4/2006)

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