Un judío en el polvo
Anoche se corto la luz mal. Una putada. La cagada es que de noche, sin luz eléctrica, los tipos como yo, con severos trastornos para conciliar el sueño, estamos al horno. O sea, olvidate de buscar en el cable una peli ochentosa cualquiera -onda Footloose- ese tipo de entretenimiento barato (el mejor), ideal para matar el insomnio. No hay internet, dependés de cuanta vida tenga la batería de tu celular, reproductor de MP3, consola de juegos portátil o la mierda portátil que tengas. Y nunca es suficiente. Sin suministro de energía eléctrica la infelicidad es total. Y con insomnio... Que mierda podés hacer? Prender una vela y leer un libro? Si ya sé, es un poco retro pero no hay otra. El asunto es que los libros viejos siempre están ahí juntando polvo, ácaros, humedad y todo el combo que un asmático necesita para recortar considerablemente su esperanza de vida digna. Sin embargo allí, reposando junto a “El origen de las especies” y “Mi Lucha”, al lado de semejantes pesos pesados, se encontraba “Voces de América” de editorial Kapelusz. Se trata de un rejunte de textos y poesías de escritores latinoamericanos clásicos, con una finalidad educativa. No tenía ganas de reincidir en Darwin y en Hitler, así que me decidí por esta lectura. El 99% de los textos son mierda nacionalista, todas son odas a la patria, a la bandera, a la hermandad latinoamericana, San Martín y Bolívar. Nada que no podamos encontrar en una canción de Calle 13. Sin embargo allí, naufragando entre los cantares de América, hay un breve escrito de Alberto Gerchunoff (sí, el autor de los gauchos judíos) que se destaca tanto por la brillantez de sus palabras, como por lo absolutamente inconexo que resulta en el contexto del libro. Lo comparto a continuación:
Elegía de los libros viejos
En las calles en que la ciudad se renueva con más brío, suele encontrarse, junto al orgulloso monstruo de portland, en locales de casuchas de cornisas derruidas, ventas de libros viejos.
Hay allí, en verano, un grato frescor de humedad, y en las tardes de invierno, de niebla, de frío, de sol melancólicamente velado, una tibieza plácida, y casi creeríase descrubrir, en un rincón entre los anaqueles atestados, la llama rojiza de la chimenea.
Soy de los que conocen bien y quieren aún más esta ciudad nuestra, y sé lo que ofrece al transeúnte. Y lo que más me gusta escudriñar en sus cuadras densas y tumultuosas, son los almacenes en que se aglomera, en montones confusos y sórdidos, la sabiduría y la belleza de la palabra.
Sí, amigo míos: amo el viejo libro.
¡Ah, si yo fuera rico! ¡No regalaría cosas valorables en oro perecedero! Regalaría los libros de suntuosas láminas, los libros cuyas cubiertas han adquirido la pátina triste del tiempo.
¿Os acordáis de aquellos versos en que Alonso de Aragón define el ideal humilde de la felicidad?
Vieja leña que quemar;
Viejo vino que beber;
Viejo amigo a quien hablar;
Viejo libro que leer.
Leer estas palabras, desde las páginas polvorientas/amarillentas del mencionado libro de mierda, me produjo un inmenso bienestar, el mismo que me genera enganchar Footloose a las 3 AM en cualquier día de la semana.
Elegía de los libros viejos
En las calles en que la ciudad se renueva con más brío, suele encontrarse, junto al orgulloso monstruo de portland, en locales de casuchas de cornisas derruidas, ventas de libros viejos.
Hay allí, en verano, un grato frescor de humedad, y en las tardes de invierno, de niebla, de frío, de sol melancólicamente velado, una tibieza plácida, y casi creeríase descrubrir, en un rincón entre los anaqueles atestados, la llama rojiza de la chimenea.
Soy de los que conocen bien y quieren aún más esta ciudad nuestra, y sé lo que ofrece al transeúnte. Y lo que más me gusta escudriñar en sus cuadras densas y tumultuosas, son los almacenes en que se aglomera, en montones confusos y sórdidos, la sabiduría y la belleza de la palabra.
Sí, amigo míos: amo el viejo libro.
¡Ah, si yo fuera rico! ¡No regalaría cosas valorables en oro perecedero! Regalaría los libros de suntuosas láminas, los libros cuyas cubiertas han adquirido la pátina triste del tiempo.
¿Os acordáis de aquellos versos en que Alonso de Aragón define el ideal humilde de la felicidad?
Vieja leña que quemar;
Viejo vino que beber;
Viejo amigo a quien hablar;
Viejo libro que leer.
Leer estas palabras, desde las páginas polvorientas/amarillentas del mencionado libro de mierda, me produjo un inmenso bienestar, el mismo que me genera enganchar Footloose a las 3 AM en cualquier día de la semana.
Labels: Disperso
5 Comments:
Para evitar volver a la edad media cada vez que se corta la luz, podés probar reemplazando el libro de mierda por un comic?
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Nicolás, at 9:45 PM, November 21, 2011
Pero es un desperdicio. Leer un comic a la luz de las velas no te permite apreciar las ilustraciones como dios manda. Prefiero cagarme la vista con un libro. Prefiero que no se corte la luz!
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JP Lima, at 1:10 AM, November 22, 2011
Que hermosos los libros viejos y las librerías que los venden(?).. y son mortales para los alérgicos como uno..shock anafiláctico garantizado..
cata
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Anonymous, at 11:10 PM, November 22, 2011
me hiciste acordar a la biblioteca de mi abuelo... ese olor a polvo y humedad, me lloraban los ojos y estornudaba pero era y siguue siendo un placer perderrme entre los libros viejjos... Gracias por compartirlo.
chapu
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Anonymous, at 12:56 AM, June 09, 2015
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