Lucky loser

A veces, por mucho que nos duela, hay momentos en los que uno tiene que resignarse y aceptar la debacle. Empecinados y encegecidos por un supuesto fuego sagrado, una mística copera, un alma de ganador innato y un aura de indestructibilidad (todos y cada uno de estos adjetivos más que discutibles), lo unico que se logra es alimentar un mito de invulnerabilidad, una especie de blindaje mentiroso, que provoca un estado de semi-(in)conciencia, o realidad alternativa pluscuamperfecta, en la cual terminás siendo el héroe de una película de adolescentes yanquis de los ochenta. Sí, ese estereotipo de película en la cual el protagonista de turno es un loser con todas las letras, que siempre aspira a ser más de lo que su condición le permitiría alcanzar; se quiere empomar a la porrista más perra, se mete en el equipo de futbol americano para demostrar que puede ser popular a pesar de ser asmático, y asiste al baile de graduación aún sin tener pareja, como si supiera de antemano que antes de que aparezcan los créditos finales el milagro hollywoodense se hará presente (o será como en carrie y todo termina en un baño de sangre). Cuando la fantasía se desvanece, solo queda la realidad, y en esa realidad no hay espacio para utopías nerd-yanqui-ochentosas. Y mucho menos en Argentina, donde el football americano ni siquiera es sinónimo de Martín Gramática...

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