Escupiendo el asado

Friday, December 27, 2013

4 mujeres

Tengo que decirlo, aunque muchos ya lo saben. Este blog ha sido un registro de mi pelotudez mental del pasado, un testimonio del pasaje de mis veintipocos hasta mis veintimuchos. Un testimonio de pelotudez veinteañera. Pero por encima de todo, este blog, como todo en mi vida, fue sobre mujeres. 4 para ser exacto: E, F, F2 y P. Cada una más hija de puta que la otra, y, a su modo, más adorables que la puta que las parió. Las amé y las amo. Me hicieron sentir un flor de pelotudo en su momento, todas, pero por sobre todas las cosas me hicieron sentir vivo. Me dieron inspiración para escribir sobre casi todas las mierdas que escribí tanto en este blog como en otros lugares. Me hicieron ser lo que soy, algo que todavía no puedo definir con exactitud -pero suena bien y lo tengo que decir porque es verdad- pero es lo que hay. O sea, me cuesta definir que tiene de bueno o malo ser yo, hubiese deseado que todo saliese bien con cualquiera de ustedes, y mandar la escritura al diablo. Cagarme en todo, comprar once enanos de jardín, tatuarles tu nombre en sus antebracitos. Hacerles hijos, convertirlos en futbolistas de Independiente, volver a primera, representarlos, llenarme de guita, la felicidad misma compartida con todas ustedes. Salud, dinero y amor. Pero jamás lo entenderían. Esto va más allá del fútbol y de la música, más allá de la vida y los enanos tatuados. Hay algo en ustedes que me hicieron ser yo, y que jamás voy a encontrar en nadie más. Adoro la amargura que depositaron en mi alma, el desafío de la infelicidad, de la B nacional, de saber que todo es imposible, como una broma asesina. Las adoro a ustedes, porque fueron perfectas para mí, totalmente imbatibles. imposibles, irrompibles, inquebrantables, perfectas... mujeres así dan ganas de quemarlas vivas, acusarlas de brujería sin juicio previo. Eternas y geniales. Sí señor, tienen que arder en el pedestal más alto de la barbarie, donde todos puedan verlas, donde sus siluetas envueltas en llamas queden impregnadas en la retina de todo aquel pajero curioso que no entiende un carajo de la vida. “Eso es una mujer” lo digo y lo repito, y estoy orgulloso de que cada letra de sus nombres aún sigan ardiendo en mi corazón, porque fueron y serán el combustible que alimenta a este pelotudo -y como yo a tantos otros- que insiste en el noble arte de convertir sentimientos en palabras. Las amo y las amaré hasta el día que espire mi última bocanada de aliento. Y me cago en la concha puta del calor que hace.

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